miércoles, octubre 14, 2009

160

Los teléfonos celulares son probablemente, el peor y mejor invento de los últimos tiempos.
En acto de rebeldía intenté negarme a usar uno durante mucho tiempo, por varias razones, porque no le encontraba utilidad alguna, y porque para entonces, lo consideraba un artículo clasista y elitista, totalmente prescindible. Esta percepción cambió cuando hace 5 años aproximadamente me ví obligado a encontrarle una utilidad, desde entonces, me he vuelto tan dependiente de él como de mi reloj, incluso cuando paso días sin recibir o realizar alguna llamada, no puedo separarme de ese absurdo utensilio de comunicación, sin el cual me sentiría como perdido e indefenso. Sin embargo mi rebeldía si ha llegado al límite de todavía conservar un equipo viejo, con sus funciones básicas, aunque me encanta la tecnología y me gustaría uno de pantalla táctil, con muchos juegos, radio, y que cumpla funciones de reproductor mp3, el miedo a que me maten por robarme un simple aparato me hace abortar la idea de cambiar mi siempre fiel Samsung Fashion, un celular que posee la característica particular, al igual que el Nokia 1100, de ser rechazado con indignación por cualquier ladrón.

Pero esta entrada no va orientada hacia la dependencia que me ha generado este estúpido aparato, sino a una de sus facultades: los mensajes de texto, pero no los que recibo que son bien pocos (afortunadamente cancelé los mensajes de publicidad que me llegaban a diario, como 5 o 6...), sino a los que envío; a veces hay frases, ideas, comentarios, que caben perfectamente en 20 o 30 carácteres, pero cuando existe la imposibilidad de realizar una llamada para decir algo detallado y extenso, o incluso si existe esa posibilidad, detesto que los mensajes de texto no me permitan escribir todo lo que quiero, por que siempre he sido mejor para la palabra escrita cuando de expresar lo que siento se trata, y me niego rotundamente a usar lenguaje SMS -así sea en un SMS (Short Message Service)-, maldita tecnología, maldita comunicación escrita, maldito celular, maldita incapacidad de decir las cosas brevemente y con coherencia.

160 caracteres nunca han sido suficientes.

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